Opinión: el rol del periodismo en tiempos de pandemia (y siempre)

[dropcap style=”square”]C[/dropcap]uando periodistas y medios de comunicación con llegada masiva a la población levantan “noticias” falsas es un gran problema. Aún más grande que la viralización de contenidos falsos en redes sociales, sin fuentes o provenientes de sitios de dudosa reputación. ¿Y por qué? Es que la credibilidad del periodismo en general se pone en jaque cuando la desinformación proviene de aquellos en los que la sociedad confía, a sabiendas que desde hace varios años la verdad periodística comenzó a ser interpelada por la multiplicidad de intereses que rodean a los medios.

Es oportuno aquí aclarar el uso de las comillas en “noticias” y sentar postura sobre ello. Entendemos que son mal llamadas noticias falsas o fake news, puesto que los periodistas sabemos muy bien (o deberíamos saberlo) que el proceso para que algo se convierta en noticia requiere una serie de condiciones que en caso de rumores o mentiras no se cumplen. Algo que no existe, nunca puede ser noticia, tan simple como eso. En todo caso hablamos de contenido falso o, como les gusta decir a algunos colegas que dan capacitaciones a periodistas sobre desinformación, historias falsas.

En los últimos días, la polémica liberación de presos en Argentina ganó los espacios de los diferentes espacios periodísticos del país y ese debate se trasladó a las redes sociales donde surgieron todo tipo discusiones y opiniones, pero muchas de ellas basadas en desinformación.

Una segunda aclaración necesaria es admitir que la Justicia argentina, en varios sectores variable según tiempos políticos, ha sido muchas veces cuestionada y el caso de las prisiones domiciliarias no es la excepción. Hay algunos ejemplos de liberaciones con la excusa del Covid-19 que son reprochables por los antecedentes y el origen de los delitos cometidos, que incluso valieron una declaración pública del presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, Sergio Massa, abriendo la posibilidad de juicio político para algunos magistrados.

El cacerolazo del jueves 30 de abril, en varias ciudades, en contra de las impopulares medidas judiciales y en un país donde está más arraigado “que los delincuentes se pudran en la cárcel” en vez de la prisión como camino a la “reinserción social”, fue una expresión del sentimiento de “injusticia” que tiene un sector de la sociedad argentina. Cárceles superpobladas y en condiciones de hacinamiento, según han detallado en los últimos años distintas organizaciones vinculadas a la defensa de los derechos humanos, entre ellas, el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), denotan una falta de política estatal carcelaria en muchos años, quizás por la puja ideológica entre pobreza y delincuencia.

Sin embargo, muchos medios y periodistas en los últimos días exacerbaron los ánimos de los argentinos con información distorsionada, sin corroborar debidamente y en todos los casos sostenidos por una sola fuente.

La cadena desinformativa se extendió a medios locales o regionales que refritaron la info publicada por los de renombre nacional. A su vez, el público compartió en sus redes sociales los posteos de los medios y ya sabemos que pasa cuando un contenido (informativo o no) que apela a movilizar cuestiones muy sensibles de la sociedad, llega a las redes sociales, incluidos los grupos de WhatsApp. Los contenidos falsos que apelan a los sentimientos y emociones de las personas para generar rechazo son los más compartidos en redes. En esa apelación está el éxito de su viralización.

Una de las recomendaciones para evitar la pandemia desinformativa o la infodemia, tal como llamó la Organización Mundial de la Salud (OMS) a la viralización de contenidos falsos mediante texto, audios o videos, es googlear el título de la supuesta noticia para validarla o rechazarla. Si la misma está publicada en medios reconocidos, entonces hay mayor certeza que el hecho existió y no se trata de “fake news” o mejor, contenido falso. Pero ¿Qué sucede cuando lo publicado no es cierto, está distorsionado o es una verdad a medias? Aquí van ejemplos recientes:

El emblemático caso del “delincuente que salió de Marcos Paz y robó”, que al ser detenido dijo “llévame, total mañana salgo” según la primera versión policial que publicaron muchos medios argentinos, en realidad, se trataba de una persona con problemas mentales al que el un tribunal de casación liberó para que un juez civil intervenga según lo marca la Ley de Protección de Salud Mental en Argentina. Sólo pocos medios, dieron al otro día la versión completa de la historia.

No fue la única situación que colaboró a exasperar el humor social argentino sobre la cuestión. Una cantidad importante de medios y periodistas informaron de un femicida “recientemente liberado” que mató a su mujer en la localidad de Campana. Lo que esos medios no contaron, por error u omisión, es que el hombre había sido liberado en octubre de 2019 por causas anteriores de violencia de género y no por las medidas recomendadas para las cárceles sobre Covid-19. A propósito de esto último, también fueron pocos los medios que publicaron sobre las recomendaciones de la OMS -hace más de un mes- sobre las cárceles durante la pandemia y las medidas que tomaron otros países dónde también hubo liberación de presos, sin tanta polémica, claro.

La gota que rebalsó el vaso, en la misma semana, fueron las declaraciones de la jueza de Quilmes, Julia Márquez, quién regaló un titular de impacto, y no solo periodístico, a los principales medios al “revelar” que “se habían liberado 176 violadores con la excusa del coronavirus”. Horas más tarde, en una entrevista en vivo por TV, la magistrada aclaró que no estaba diciendo que “en un día salieron 172 abusadores ni nada, sino que en un día hay 172 personas que recuperaron la libertad bajo distintos institutos”. A esa hora, en redes sociales, los posteos con el título gancho ya estaban viralizados.
El interés periodístico de una cuestión siempre polémica como la situación de las cárceles argentinas logró que algunos sectores políticos quisieran sacar tajada, en momentos de un alto nivel de popularidad del presidente Alberto Fernández por su manejo de la situación pandémica.

El tema hizo revivir políticamente a sectores de la oposición que salieron a aseverar que detrás de las liberaciones se escondía “un plan del gobierno” con fines electoralistas, lo cual obviamente también fue reflejado por los medios. Las poco felices declaraciones de una legisladora provincial bonaerense sobre presos que formarían parte de “patrullas que amenacen a jueces” se viralizaron en los grupos de WhatsApp y, obviamente, también fueron publicadas.

Ahora bien, cabe preguntarse: ¿Es tiempo de “llevar agua para su molino” ante la incertidumbre de la continuidad de la pandemia? ¿Qué rol le cabe a la prensa?

Por si quedaran dudas, decimos que esa festejada unidad nacional de los primeros días de cuarentena, plasmada en acciones conjuntas y consensuadas por dirigentes de diferentes colores políticos, no exime a los periodistas profesionales argentinos de bajar la guardia, de estar atentos a irregularidades o injusticias que puedan cometerse intencionalmente o no por parte de cualquier funcionario (municipal, provincial y nacional) de cualquiera de los tres poderes del Estado. Las llamativas compras de alimentos por parte del gobierno nacional, los precios en los supermercados, las filas de cobro de los jubilados, por citar algunos ejemplos. O como sucedió en San Luis, que los periodistas reclaman por la falta de conferencias de prensa y la imposibilidad de preguntar detalles a los funcionarios que integran el Comité de Crisis sobre las medidas que afectan a la población, sobre denuncias de abuso policial y de la situación de personas varadas fuera de la Provincia.

Los periodistas nos obligamos a informar siempre de la mejor manera posible, recurriendo a fuentes que nos garanticen calidad informativa. En tiempos de Covid-19 esas fuentes son especializadas y oficiales, sin quitar el ojo crítico de lo que nos cuentan.

Considerando otras recomendaciones de OMS, podemos relatar historias que no estigmaticen a las personas infectadas o de superación, ante las adversidades de la pandemia.

Quizás como nuevo rol, los periodistas estamos en condiciones para desmentir contenidos falsos sin sustento científico ni aval de organismos pertinentes, que circula viralmente en redes sociales, preservando la buena información que lleve tranquilidad y no alarme a la comunidad.

Finalmente, porque está en la esencia de nuestra función social y en el espíritu crítico ineludible de todo periodista, debemos controlar a quienes tienen el poder de gobernar. A la luz de los ejemplos mencionados, ese control que le compete a la prensa debe ser responsable, siguiendo los preceptos del periodismo. Informar, previo a investigar y corroborar los datos con la mayor cantidad de fuentes posibles. Se llama rigor periodístico y nunca debe ser flexibilizado, ni aún en época de cuarentena.

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